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Junia Silva: “Hacen un trabajo valiente, abnegado y silencioso”

Es pediatra broncopulmonar y trabaja hace más de 2 décadas para la salud pública de la región y hace 2 años en Clínica Biobío. Tras contagiarse de coronavirus, la Dra. Silva reconoce que nunca pensó que estaría conectada a un ventilador mecánico por las complicaciones asociadas. Estuvo 3 semanas hospitalizada, experiencia que cuenta en primera persona para evidenciar lo grave que puede llegar a ser esta enfermedad.

Estoy casada hace 29 años con mi marido que también es médico. Tenemos 3 hijos: Valentina que es interna de Medicina, Paula en cuarto año de Medicina y Gustavo en segundo de Derecho. Durante el año 2020, había trabajado regularmente y con todas las medidas de resguardo, parecía disfrazada de astronauta, lo que me daba cierta seguridad. Jamás desobedecí a la autoridad. Tampoco tenía factores de riesgo como diabetes o hipertensión arterial, por lo que me sentía relativamente a salvo de contraer una forma grave de COVID-19. Cuando todo esto comenzó, jamás pensé que yo estaría dentro de ese 2% que saca la peor parte en esta enfermedad.

El contagio fue familiar. Probablemente, en la casa de mi suegro, donde fuimos a examinarlo porque estaba con cáncer y había presentado fiebre. Él falleció a los pocos días. Su funeral fue muy rápido y privado, por eso dicen que el coronavirus mata 2 veces. Los funerales, en tiempo de pandemia, también son en solitario. El último adiós lo dan los familiares más cercanos, sin ninguno de los ritos que acostumbramos a hacer para despedir a nuestros seres queridos.

Al poco tiempo, comencé a sentir los tan conocidos síntomas del COVID-19. Estaba segura de que me había contagiado. Tuve cefalea intensa, distinta de la habitual, me dolía el cuerpo y comencé con fiebre durante varios días. Estuve casi una semana aislada en mi pieza, pero como seguía con fiebre, decidí ir a la clínica.

Tuve mucha suerte desde que llegué a la Urgencia, si es que se le puede llamar suerte. La doctora de turno era mi vecina y amiga. Al recibir el resultado de los exámenes, me dijo que tenía neumonía y que era mejor hospitalizarme. Paradójicamente, la PCR para coronavirus  salió negativa, el resultado fue positivo solo algunos días después.

Pensé que me hospitalizaban solo por precaución porque me sentía muy bien cuando estaba sin fiebre, mis niveles de saturación de oxígeno eran normales (98%) y no tenía tos ni me costaba respirar. Evidentemente, la doctora que ya había visto tantos casos iguales, sabía que este bicho es impredecible y que era muy probable que siguiera una evolución tórpida, como tantos pacientes hospitalizados en la UCI.

Mi hospitalización inicial fue sin contratiempos. No requería oxígeno, me sentía bien y todo el personal, kinesiólogos, enfermeras y TENS, siempre me dieron palabras de aliento. Pero al sexto día de hospitalización, que correspondía al día 11 desde el inicio de los síntomas, comencé a sentirme ahogada y a necesitar oxígeno en cantidades cada vez mayores. Me pusieron una cánula de alto flujo, que toleré mal, por lo que tuvieron que trasladarme a la UCI directamente.

Allí me recibió la jefa de la unidad, la Dra. Leonila Ferreira. Nos conocíamos desde la universidad. Ella me evaluó cuando estaba hospitalizada sin oxígeno y fue mi ángel de la guarda. Me intubó, se comunicaba con mi familia para contarles de mi evolución, me extubó y estuvo siempre a mi lado. Siempre sentí que ahí estaba protegida. Le estoy profundamente agradecida.

Antes de conectarme al ventilador, ella llamó a mi esposo para hacer ‘la última llamada’. Esa en la que te despides de tu familia, ya que no sabes si vas a despertar o no y tal vez sea la última vez que puedas decirles cuánto los amas. Después de despedirme, me entregué y le dije: “Que sea lo que Dios quiera”.

Estuve intubada cerca de 2 semanas. En ese periodo te sedan, por lo que estás inconsciente. Pero al extubarme, pude darme cuenta de cómo es la UCI por dentro. Es un mundo aparte, donde no hay día ni noche, donde la luz es permanente y los ruidos de los monitores suenan fuerte y no te dejan dormir. Mi pieza era pequeña, con puerta corredera de vidrio, donde nadie entraba si no era estrictamente necesario ni sin el equipo de protección adecuado.

El coronavirus te aisla. No solo cuando estás sano para no contagiarte, sino también cuando te enferma, estás solo con él. No están tus seres queridos para darte ánimo, ni tus amigos, ni visitas, ni colegas.

Al despertarme, supe que éramos varios los médicos que en ese momento estábamos intubados en la misma UCI. La pandemia nos había golpeado fuerte, especialmente a los pediatras. Además, me enteré de que mi marido se había contagiado y estaba hospitalizado con neumonía y que 2 de mis 3 hijos también se habían contagiado y estaban solos en casa.

Mi peor miedo era no despertar de la intubación y que esa ‘última llamada’ de despedida fuera en verdad la última vez que escuchara a mi familia. Pero gracias al personal de Clínica Biobío me recuperé. Lo único que puedo hacer es expresar las infinitas gracias que nunca les dí suficientemente mientras estuve hospitalizada. Decirles que hacen un trabajo valiente, abnegado y silencioso, que trabajan como hormiguitas, incansablemente y que tienen la tremenda responsabilidad de atender a estos pacientes graves, que han depositado sus vidas en ellos.

Finalmente, espero que mi testimonio sirva para que aquellos que aún creen que se exagera con esta pandemia. Sepan que vivir esta experiencia es muy dura, que estamos en el peor momento de esta crisis y que las vacunas no evitan que nos contagiemos. Por lo que necesitamos seguir utilizando las medidas de protección (mascarillas, distanciamiento, lavado de manos), para poder dejar atrás este mal sueño.



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